miércoles, 11 de mayo de 2011

Las nieves del Kilimanjaro



El technicolor de los 50, las bandas sonoras legendarias, aquellos títulos de crédito de las épicas historias de aventuras que siempre encabezaban las de piratas son ingredientes, todos aderezados en esta cinta poco digerible protagonizada por una pareja mítica del cine dorado: Ava Gadner y Gregory Peck. ¿Qué ocurre con esta obra basada en la novela de Hemingway que, sirviéndose de todos aquellos referentes sólo pasó con más pena que gloria por las pantallas? Un escritor, con mucho del propio Ernest y alma derrotista, cínico e irónico (papel que por cierto, poco va con Peck), se lamenta de su mala vida entre delirios, hienas y buitres, mientras se le gangrena la pierna tendido sobre una hamaca en la sabana africana y su abnegada esposa, (Susan Hayward, la mujer “segundo plato”) intenta arrancarle los dolores de alma y cuerpo. En su estado febril, Peck, recuerda a Ava Gadner: en París, de cacería, en una corrida de toros, (este Hemingway...) y hasta en la Guerra Civil Española. Peck pierde el norte. Antaño, anhelaba liarse la manta a la cabeza y ponerse el mundo por montera a la caza de vivencias para liberar su prosa carente de inspiración. De ahí que arrastre a Ava a África, a los San Fermines y hasta quizás, a la guerra del Líbano. Pero nuestro escritor frustrado se extravía, igual que ocurriera con el leopardo que se pierde en las laderas del Kilimanjaro. En uno de sus últimos intentos, confiesa a su anciano tío: “Fui de caza una vez, a España en busca del Santo Grial. Pero me lo rompieron”. Bien. Buen guión. ¿Por qué Henry King se lo carga? De principio a fin, se obceca en insertar imágenes que parecen extraídas de los archivos descartados del National Geographic, posando la cámara sobre el Kilimanjaro y luego intentando ligar torpemente planos a vista de pájaro con las cacerías filmadas en estudio y mezcladas con imágenes documentales de lamentable calidad. Las escenas selváticas entran con calzador en los delirios de Peck. Gadner debió rodar al mismo tiempo Mogambo. Sus pintas con chaleco de camuflaje (pertrechados con cuarenta bolsillos) son las mismas que en la película de Ford. No contento con desubicarnos en este batiburrillo de escenarios poco reales, King nos traslada, a lo loco, a París, a Madrid, a la Costa Azul... Todo para recrear los amoríos de Gregory, que por fin, se tropieza con la Hayward.


Moraleja: Al final, los segundos platos pueden ser los mejores y las mosquitas muertas, las leonas que espanten a las hienas.


Aún así, Henry King fue el encargado de llevar a cabo uno de los grandes clásicos del cine, el cual ha perdurado al paso de los años.Para mí lo más destacable de todo es el impresionante guión, el cual narra una historia dura. Plantea un personaje, el cual es inculcado desde niño a cazar; ya sean animales o mujeres. Este personaje solo busca dirigir un odio interno intentando saciar su sed buscando nuevas conquistas, y cuando tiene una nueva mujer; busca animales que sufran ya sea cazando en África o viendo corridas de toros en Madrid. Es un personaje egoísta, que solo desea su propia felicidad sin pensar en el sufrimiento de los demás; de ahí el ver sufrir a los animales, ya que el sufrimiento que muere bajo la piel del rinoceronte o del toro, es el sufrimiento que no quiere tener él. No obstante se enamora, y esa búsqueda de su único amor será su mayor objetivo.La historia es muy atrayante, y la película tiene escenas muy bien rodadas como los momentos de la guerra civil española. Aun así en ningún momento llega a ser brillante como pueden ser otros clásicos de la época. Y es una verdadera pena porque el material era muy bueno, y se contaba con dos grandes actores del momento.En fin, una gran historia con momentos buenos, pero que siempre se encuentra en un mismo nivel sin llegar a despegar y hacer que el espectador se sienta atraído por esas nieves del Kilimanjaro y ese leopardo que se encuentra muerto en él.


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